Posted in NutriciónSALUD

Como cada verano, un gran número de españoles es más consciente que nunca de su físico y comienza la guerra por quitarse los kilos acumulados durante el invierno. Este año, además, el confinamiento ha dado lugar a un incremento generalizado del peso debido al sedentarismo y a una alimentación más descuidada. De hecho, según la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad, más del 50% de la población ha incrementado su peso al menos 1-3 kilos durante el confinamiento (1).

Independientemente de la situación concreta de este año, se estima que más de 5 millones de españoles se ponen a dieta en esta temporada cada año con la famosa “operación bikini” (2). Dietas estrictas, dietas de zumos, dietas détox, dietas engaño, dietas hipocalóricas o dietas restrictivas que en muchos casos no sirven para nada. Pero, además, aunque se pierda peso, en verano se vuelve a recuperar, ya que se estima que más del 60% de la población gana peso a lo largo de las vacaciones veraniegas (3). Por lo que en septiembre empieza la guerra con la báscula de nuevo, hasta las vacaciones de Navidad. Así cada año, los españoles gastamos un total de 2.000 millones de euros en dietas milagro (4) y solo 2 de cada 10 españoles que hacen dieta consiguen perder peso de manera sostenible, lo que significa que un 80% de los españoles que intenta adelgazar, no lo consigue (5).

Efectivamente, muchas personas ganan peso porque comen mucho, comen mal y se mueven poco. El estrés, la ansiedad, la falta de tiempo y la disponibilidad de comida rápida no saludable y su bajo precio son factores que también influyen mucho en nuestros patrones de alimentación (6). No obstante, hay muchas personas que sí cuidan sus hábitos y su dieta y aprenden a comer bien, pero, aun así, viven peleados con la báscula. Personas que si se salen de una dieta restrictiva o no pasan a diario por el gimnasio ganan peso rápidamente. Incluso personas que no consiguen perder ni un gramo ¿Por qué ocurre esto? Por supuesto que existen factores genéticos, metabólicos y hormonales que influyen, pero es importante entender si existe “algo más”, que pudiera estar favoreciendo la producción de grasa corporal.

Para entender cómo el cuerpo fabrica grasa es necesario explicar de una manera sencilla el complejo funcionamiento de la hormona insulina, que es una hormona secretada por el páncreas, cuya función es retirar la glucosa de la sangre y transportar dicha glucosa al interior de nuestras células, ofreciéndoles sustrato energético. Cuando existe un exceso de glucosa en sangre, por ejemplo, por una ingesta elevada de alimentos con alta carga glucémica, se secreta como consecuencia un exceso de insulina para retirar rápidamente la glucosa de la sangre. En estos casos de exceso de glucosa, la insulina la transporta al hígado y a los músculos, donde se puede acumular en forma de glucógeno. Pero si en ese momento no estamos realizando ejercicio físico y los depósitos de glucógeno están completos, esa glucosa se acumulará en forma de grasa. Por lo que la insulina es la gran hormona anabólica o constructora de grasa corporal. A priori, a mayor estimulación de la insulina, mayor producción de grasa (7).

Curiosamente, no solo la dieta elevada en alimentos glucémicos e insulínicos genera alteración en el metabolismo de la insulina, sino que la inflamación también tiene un papel relevante. La inflamación es la respuesta del sistema inmune frente a un agente nocivo, ya sea un virus, una toxina o un alimento que tu cuerpo detecta como extraño. Si tu cuerpo detecta dicho agente nocivo a diario, entonces tu sistema inmune estará siempre encendido, que es lo que conoce como inflamación crónica, por lo que el metabolismo de la insulina queda constantemente alterado. Por lo tanto, resumido de manera sencilla, si algún alimento que ingieres te genera inflamación, dicho alimento favorecerá tu producción de grasa corporal, por lo que, si lo consumes, será fácil que ganes peso y difícil que mantengas pérdidas de peso conseguidas tras dietas restrictivas (8).

La mayoría de problemas de este tipo están relacionados con dos grandes grupos de alimentos, los cereales (fundamentalmente aquellos con gluten) y los lácteos (principalmente los de vaca). Se trata de alimentos nuevos para nuestra genética, dado que llevamos millones de años evolucionando en la tierra y ni 10.000 años consumiendo este tipo de alimentos, a raíz de la aparición de la agricultura y ganadería. Hay seres humanos que se han adaptado mejor a estos nuevos alimentos y otros que no se han adaptado, por lo que su sistema inmune los detecta como un agente nocivo. Pero es que, además, hay ciertas proteínas en estos alimentos que son estimuladoras del sistema inmune, como la gliadina o glutenina del trigo, las hordeinas del centeno, la avenina de la avena o ciertas proteínas de la leche de vaca.

Una sensibilidad alimentaria hacia este tipo de alimentos, no tiene por qué manifestarse exclusivamente con problemas digestivos, otros síntomas extra digestivos como dolores de cabeza, alergias, problemas de la piel, problemas hormonales o de fertilidad o, en este caso, facilidad para ganar peso e imposibilidad para perderlo. Por tanto, si tu vida supone una pelea constante con la báscula a pesar de cuidarte, sería importante que valoraras qué alimento o alimentos te generan inflamación, antes de someterte a dietas estrictas o planes dietéticos imposibles de cumplir a largo plazo. Quizás eliminado dichos alimentos de tu dieta hayas resuelto el problema de por vida.

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